sábado, 23 de noviembre de 2013

En tiempos modernos.

Se acaban las personas.

Desmantelamos palabras que no queremos oír por miedo a la voz del pronunciante. Regalamos, con alto coste para el pensante, minutos de gloria que deberían ser enterrados.

Susurramos en altavoces de atardeceres todo lo que no nos atrevemos a cantar en un llanto.Se realzan las virtudes inquietantes y lo circense de la situación. Se acartonan sábanas y lenguas por no pelear por lo vivido. 

Y, más tarde, en los rincones, se esconden las sombras de soledad de todos aquellos que no son felices y que están saltando por la ventana. 

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El arte de perder no es muy difícil;
tantas cosas contienen el germen
de la pérdida, pero perderlas no es un desastre.

Pierde algo cada día. Acepta la inquietud de perder
las llaves de las puertas, las horas malgastadas.
El arte de perder no es muy difícil.

Después intenta perder lejana, rápidamente:
lugares, y nombres, y la escala siguiente
de tu viaje. Nada de eso será un desastre.

Perdí el reloj de mi madre. ¡Y mira! desaparecieron
la última o la penúltima de mis tres queridas casas.
El arte de perder no es muy difícil.

Perdí dos ciudades entrañables. Y un inmenso
reino que era mío, dos ríos y un continente.
Los extraño, pero no ha sido un desastre.

Ni aun perdiéndote a ti (la cariñosa voz, el gesto
que amo) me podré engañar. Es evidente
que el arte de perder no es muy difícil,
aunque pueda parecer un desastre.

Elizabeth Bishop

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