Se acabó la imprudencia. Se dejo a un lado lo feroz de lo temido y se vuelve y revuelven los impulsos.
Tuve yo, tuve ya, que descorchar el último aliento y pedir flaquezas por los pies y los ojos. Es incluso posible que recuerde, somnolienta, el olor de tu voz y el sonido de tus manos. Me ciega el desasosiego de la añoranza y mientas, me debato en un "finisterre".
Arquéate más. Doblégate.
No me hagas tener que recordarte que si yo te he creado, yo te destruyo.
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